Masha e Ivan charlaban todas las mañanas en silencio, simulando ante el resto del mundo que sólo pensaban en comida y calcomanías. A veces Masha se encontraba de mal humor, sin duda su madre le había reprendido por su comportamiento con los soldados. En ocasiones Iván llegaba de mal humor, sin duda se había le habían dejado la palangana vacía a la hora del aseo matutino; pero de cualquier modo, una mirada, un par de sonrisas y el mundo parecía haberse arreglado, no importaba la guerra, ni el encierro.
Llegó el verano con sus días largos y tediosos; este no sería como los otros años, la guerra lo había arruinado todo y no habría ni caballos, ni fiestas, ni banquete ni visitas a los primos. el cumpleaños de Masha pintaba aburrido, con sus padres asustados y confundidos, sus hermanas, distantes y retraídas, y su pequeño hermano enfermo, Masha no se hacía ilusiones respecto a una fiesta sorpresa, o a un regalo siquiera.
Ese día a Iván se le habían pegado las sábanas, había llegado cinco minutos tarde, y extrañamente en vez de llegar del cuartel llegó proveniente del bosquecillo oloroso a pino.
Al terminar la jornada dos miradas se encontraron una vez más, y esta vez, a diferencia de otras ocasiones los ojos pardos de Iván miraron hacia el bosque, y se alejó hacia la base con paso diferente al habitual para retirarse a dormir.
Masha miró alrededor buscando a su madre y adivinando la presencia de sus hermanas arriba en su cuarto. No habiendo testigos del hecho salío por la puerta trasera y se internó en el bosquecillo.
El sol brillaba alegremente, eran los largos días cercanos a San Juan. Ahí, sentado en un tronco caído, se encontraba Iván, sosteniendo en las manos el mejor regalo del mundo, un pastel de cumpleaños, con una diminuta velita gastada que amenazaba continuamente con apagarse al viento.
Tomaron café con aquel pastel, Iván no había podido conseguir el té oriental que antes le encantaba a Masha, pero eso no importaba. Hablaron de los viajes de ella y la escuela militar de él; ella hizo una imitación de la vieja Margaret y él se rió al imaginar a Maria robando bizcochos a su madre como había hecho años atrás, Masha reía abiertamente, e Iván, sin pensarlo, lanzó un discreto beso contra los labios de la que reía aún. Masha suspendió todo movimiento y reacción por un segundo que parecío eterno, hasta que nuevamente una tierna sonrisa se posó en sus labios y comenzó a hablar y reír otra vez. Definitivamente Strekotin no tenía razón, no era coqueta, no era salvaje, Masha era sólo una niña que no había conocido a nadie más a su alrededor, que estaba sola y quería ser simplemente feliz, como había visto a cientos de niños desde los carruajes de su papá.
Repentinamente algo interrumpió la discreta conversación, gritos en la casa, gritos masculinos, marciales, que clamaban la presencia de todos ahí. Aún no habían recogido el viejo mantel cuando los pasos llegaron hacia donde estaban ellos, un soldado tomó a Masha por el brazo y se la llevó hacía la casa sin dejarla siquiera respirar. Iván sólo pudo verla alejarse entre los árboles verdes de ramas jóvenes, y así fue, con una mirada más, que Masha se despidió de Iván Skorokhodov.
Masha se enfrentó a una serie de reproches de parte de su madre y su hermana que parecían no tener fin. Esa noche, acostada a punto de dormir, descubrió cuanto extrañaba a Iván y su mirada discreta de como de perrito infeliz. Lloró por él las siguientes noches, y se prometió no olvidar al joven y a su beso hasta que la vida llegara a su fin.
Poco más de dos semanas después, mientras Masha soñaba aún con Iván fue súbitamente despierta por los soldados y sus gritos como de animal. Tenían que bajar todos para una foto en el sótano de aquel lugar, ¿a ésta hora?, efectivamente. El padre de Masha sostenía al pequeño de la familia, que incapaz de caminar intentaba sostenerse para no sentirse tan mal. Su madre se había puesto un abrigo de pieles, y sus hermanas, con los corsets aun puestos se disponían en fila para posar. Pero no fue un camarógrafo lo que apareció en el sótano, sino un grupo de soldados dispuestos para disparar, de pronto se escuchó: En vista de que vuestros parientes continúan su ofensiva contra la Rusia Soviética, el Comité Ejecutivo de los Urales ha tomado la decisión de ejecutaros.
Inmediatamente el padre de Masha, Nikolai, cayó, aplastando al pequeño Alexei que histérico comenzó a gritar, su madre, Alexandra, alcanzó a persignarse antes de caer hacia atrás. Masha lloró y gritó, igual que sus hermanas, Olga, Tatiana y Anastasia, que comenzaron a caer una a una alrededor de la antigua pareja imperial.
La última imagen de Masha fue ver a un soldado acercándose hacia ella, ¿Iván? alcanzó a pensar, pero no, no era él, era un húngaro que decididamente encajó su bayoneta en el cuerpo de Masha hasta que ella dejó de respirar... Masha tuvo suerte, no vivió para ver a Alexei rematado a bayonetazos por Nikulin, tampoco llegó a ver a sus hermanas, que ensangrentadas y traumatizadas, aún respiraban cuando fueron colocadas en el camión que llevaría los restos de la familia, la gran duquesa tan sólo vivió lo suficiente para recordar un momento a Iván. ¿e Iván? donde estará? Tal vez había muerto ya en el frente, tal vez sólo estaba en prisión, de cualquier modo quedó el recuerdo, del pastel y el cariño que un día compartieron la gran duquesa y el joven bolchevique fuera de Ipatiev.
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