Friday, May 06, 2011

Amor eterno



Siempre me he preguntado si el amor eterno existe, veo el cine, las telenovelas, los libros, todo mundo te bombardea y te hace pensar que sí, mirás por la calle y ves parejas de ancianos, o a un par de niñitos que juegan tranquilos, novios apasionados y miradas de contento entre desconocidos, ¿es algo de esto el amor eterno?

Recuerdo una vez que me subí al camión de La Mora, que es por mucho la ruta más tardada, y también de las menos concurridas. Fue una tarde que iba saliendo de la escuela, el camión iba medio vacío y me senté detrás de un par de señoras, o más bien mujeres maduras, algo así como de cuarenta o cincuenta años, la típica imagen de la secretaria de gobierno solterona, anticuadamente arregladas, he ahí donde va la historia que quiero contar, la historia que una de ellas estaba contando.

Creo que nunca mencionó su nombre, sólo el de su novio, creo que era Manuel, aunque no lo aseguro tampoco. Ella y Manuel se habían conocido en el grupo de la iglesia, uno de esos grupos donde los jóvenes se reunían para hacer oraciones, organizar eventos y pavadas de esas. Ella tenía veinticinco y él veintitrés; y como a tantos otros les pasó ellos comenzaron siendo amigos, a fuerza de verse diario comenzaron a frecuentarse, hasta que empezaron a salir y todo mundo daba por hecho que iba a suceder algo entre ellos.

Un buen día Manuel se declaró y ella le pidio tiempo para pensarlo, le frikeaba, por así decirlo, el que él fuera menor, pero a pesar de eso siguieron saliendo unos días. Cuando Manuel pidio su respuesta ella dijo que no, Manuel comenzó a llorar y se fue, ella intentó detenerlo y cambió de opinión, le dijo que sí, pero él ya no aceptó. Se fue y nunca más quiso volver a hablar con ella.

Dejaron de verse, el tiempo pasó y él incluso se casó y tuvo hijos, en cambio ella siguio pensando en él, y hasta el día en que yo escuché la historia ya habían pasado al menos veinte años, nunca se casó ni hizo intentos de conocer a otro hombre. Curiosamente, una sobrina de ella conocio a Manuel, una vez más en un grupo de la iglesia, fue ahí, en una de esas actividades de convivencia, que Manuel admitió que no fue su esposa el amor de su vida, sino otra persona, a la cual no había olvidado a pesar de que ya no habían podido estar juntos.

La señora se escuchaba arrepentida, aunque contaba su historia calmada y meticulosamente (sin duda no era la primera vez). El escucharla me preocupó mucho, y me aterró la idea de saber que a lo mejor yo había cometido un error así; la perspectiva de ver a alguien pensar durante veinte años en la misma persona que ya no piensa en ti del mismo modo me asustó, todavía me aterra, francamente yo no quisiera vivir así, pensando en lo que pudo ser y no fue por un pensamiento banal.