Thursday, March 30, 2006

en su vientre


EN SU VIENTRE

Si yo lo hubiera sabido, créanme en verdad que no lo hubiera permitido. Me hubiera aferrado fuertemente a la placenta, hubiera utilizado mi mandíbula sin dientes y hubiera hecho uso de todos y cada uno de mis diminutos dedos. ¿Será por eso que enredé mi cuello en el cordón umbilical?, ¿habrá sido un presagio de la realidad que asfixia en el mundo humano?, ¿o un indiscutible deseo de quedarme ahí?
¿Por qué nacemos? ¿Por qué no quedarnos en el cálido vientre materno? Ahí, totalmente sola entre oscuridad y fluidos que alimentaban mi organismo y suavizaban los apacibles sonidos que llegaban a mí, esas voces, mi padre, quejándose de la cuenta del ginecólogo, mi madre, pidiendo fervientemente para que sea varón, mi hermana que se negándose rotundamente a aceptar que alguien más llegará a los brazos de quien la cargó a ella.
Y salí, abrí los ojos al mundo donde aprendí que lo que se toca es lo único en lo que se puede contar, aprendí a confiar sólo en aquello que se presentaba a la luz de mis ojos, ignorando por completo lo que veía en la oscuridad, no mi sombra, sino mi yo verdadero. Mucho tiempo ha pasado, el mundo es todo lo contrario al vientre de mi madre, es un enorme océano cuyas heladas aguas medio secas dejan escuchar las voces y gritos infernales que vienen de lo profundo de las almas de los ya nacidos. No es el lugar cálido donde dormitaba sin preocupación alguna, es un lugar frío donde el hielo de la moral y la nieve de la edad queman la piel desde dentro. No es el plácido sitio donde los ojos descansaban en la dulce oscuridad uterina, es el lugar donde una falsa luz lastima, donde a veces se interpone la niebla de las religiones o por el polvo de la indeferencia que no se quita por más que te muevas y cambies y te retuerzas entre lastimeros abrojos.
¿Era ese el limbo?, tal vez sólo era la vida antes de la vida, el dulce cortejo que precede a la feroz posesión, a la vida plena: ir a la escuela, trabajar, casarse, ser hijo, ser padre, educar, servir, no llorar, ser feliz, tener amigos, poseer dinero, tener prestigio, fama y honor.
Esa es la vida plena, pero sé que volveré, volveré algún día a ese estado primigenio, donde las voces infernales de los que se quejan y odian y discriminan se quedan afuera, donde nada me alcance, donde suaves y cálidos fluidos me alimenten internamente mientras mi carne desaparece bajo los gusanos que pululan en el vientre de mi madre oscuridad.

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