Friday, March 31, 2006
cinco razones para destruir el planeta
Cinco razones para destruir el planeta
La número uno, porque sólo así tendré el poder, el poderoso es siempre el mejor.
Número dos, porque no hay nada ni nadie por quien valga la pena vivir
Número tres, porque el dolor sólo se calma con más dolor.
Número cuatro, porque si el mundo continua con su injusticia, odio, depravación e indiferencia por su sino alguien más lo destruirá,Y la número cinco, porque amo todo y a todos, a las personas que me jugaron una mala pasada y quien me tendieron su amistad, porque extrañaré la solitaria masa urbana y el apacible campo cubierto de verde en mayo; y si muero, si muero no podré llevarme todo eso a la tumba, es por eso que necesito matarlos a todos y destruirlo todo, para conservarlo siempre junto a mí.
mi manifiesto
escrito en la azotea
ESCRITO EN LA AZOTEA
Advertencia
El presente escrito es totalmente incoherente, contradictorio y disperso, no está corregido ni revisado previamente, porque me parece que es así como se deben leer las cosas, más espontáneas, más verdaderas.
---o---
Lunes por la tarde, nada tengo que hacer y nada me interesa en este momento; todos están ocupados en sus vidas: trabajando, estudiando, jugando en cada rincón de las calles y de aquello que llamamos hogares.
Yo, sentada en la azotea veo el cielo, y me doy cuenta de una cosa: sobre mi cabeza únicamente está la inmensidad, a lo lejos el horizonte se pinta de rojo mientras escucho al resto del mundo como un eco que se apaga. A unos metros alguien puso una canción, una canción grupera que pese a su ritmo no deja de transmitir cierta tristeza y decepción, lo mismo que siento al mirar hacia arriba y darme cuenta de sobre mí sólo hay un color azul que no puedo tocar, nada, eso hay sobre mí, nada y me exaspera el hecho de verme a mí misma aquí, abajo, con todas aquellas cosas pequeñas que puedo tocar. Pero ese hermoso color azul, alejándose de aquel horrible smog que hace notar la presencia humana, me recuerda cual es el lugar del hombre: el suelo y la pequeñez, muy a pesar de todas las cosas que ha creado y todo lo que ha dicho descubrir.
La música se ha callado, la canción grupera se ha terminado, pero puedo escuchar todavía a lo lejos el canto de algunos pájaros, las voces que van y vienen de gente que no veo, que no conozco pero que se ha quedado en mi memoria sólo por un instante como prueba de que existieron.
P.D. He descubierto algo, es muy difícil transcribir tus propias palabras.
---o---
Cuando me senté por primera vez en la azotea y vi hacia arriba, fue esa la primera vez que fui capaz de girar la cabeza a todos lados, y con el viento agitando mi cabello caí en la cuenta de que no había nada, sólo la simple y distante inmensidad. El cielo azul, que en el horizonte se hacía rojo y morado me dieron la inevitable sensación de estar sola, aunque a un lado mío, sólo una pared me separaba de cien personas.
No volví a pararme en la azotea, al menos no como ese día, ya que el día que volví estaba con alguien, y cuando estás con alguien el tiempo transcurre con nimiedades, con banalidades de qué vas a hacer, qué es lo que quieres o cómo te sientes.
Hoy me volví a sentar en la azotea yo sola, pero experimenté al principio cierta decepción al darme cuenta de que, a diferencia del cielo inmaculado de la primera vez, ahora había algunas nubes en el cielo, nubes dispersas que parecen corridas por el viento.
En este momento he concluido en una cosa: jamás ocurrirá otra vez, jamás podré volver a ver ese cielo maravilloso que vi por primera vez en una azotea cualquiera, tan sólo puedo disfrutar el cielo de hoy, con sus nubes naranjas y guardarlo en mi memoria antes de volver de nuevo a ellos, al mundo real, al reino humano, donde no se puede ver hacia arriba, porque una persona normal no ve hacia arriba ya que se corre el riesgo de caer.
---o---
Otra vez me he parado en la azotea, pero ahora es de noche y las sombras de mi propia mano me impiden ver lo que escribo mientras contemplo el cielo manchado de estrellas.
El día de hoy, como ayer y como todos los días en que voy a la azotea, me siento sola, sola me pongo a escribir mientras la luz de mi teléfono (mi falso contacto con la civilización) intenta ganar terreno a la sombra de mi mano.
Hoy los ruidos están más calmados, seguramente en este momento las sombras se han dispuesto para ocultar los secretos que se suceden en el atardecer, y mientras me veo a mí misma aquí escribiendo en la azotea me atormento yo sola con preguntas y recuerdos que me mortifican y me consuelan.
Una vez, cuando era pequeña, estaba con mi hermana, cuatro años menor que yo, parada junto a una torre de luz y ella comentó que no le gustaba mirar hacia arriba, se sentía mareada al ver las enormes torres, decía que le daba la impresión de que se le iban a caer encima, mientras, yo sólo cuidaba de no tropezar entre las ramas, de no caer.
Mirar hacia arriba no importaba realmente, no hasta un día en los columpios, cuando miré hacia arriba y me di cuenta de que no había nada, tan sólo el cielo azul sin mancha alguna.
Mucho tiempo después, tal vez hace unos instantes, me encontré pensando en estos dos episodios, y concluí en dos simples cosas.
La primera se refería al temor de mi hermana a mirar hacia arriba, pero más que nada al mismo temor que yo sentía a mirar hacia abajo. Y es que mirar hacia arriba y mirar hacia abajo no son solamente cuestiones de vértigo, al menos no para mí.
Nosotros sabemos donde termina abajo, termina en el suelo, en el mar accidentado de rocas, en el infierno tal vez, dicho de modo estúpido, termina en el final. En el lugar en el que ya no nos podemos mover, donde no se puede mirar hacia otro lugar porque ya no hay otro lugar.
La muerte tal vez , aunque no se trata de la muerte como la descomposición del cuerpo y la ausencia de signos vitales, no como nosotros creemos conocerla; se trata de una muerta mucho más dolorosa, más triste y más cruel, la que describió García Márquez en voz de su profeta Melquíades, el olvido.
Porque caer es no volver, es irse para siempre, terminar en el hoyo negro que absorbe galaxias enteras cuyos nombres jamás sabremos porque ya no son vistas en el telescopio.
Así es caer al vacío, ser olvidado, temor constante y casi intrínseco al hombre, pero esto me lleva al segundo punto que conseguí esta noche en la azotea.
El segundo punto se relaciona con el hecho de que jamás sentí el temor que siente mi hermana a mirar hacia arriba, tal vez por la fascinación que ejerce en mí el cielo, tal vez por ese sentimiento extraño que mi maestro de estética llamó sublime, que encaja con lo que mi hermana dijo hace tanto tiempo: “parece que se me va a caer encima”, “me marea”, ese sentimiento tan cercano al peligro como a la admiración; pero sobre todo, me hace pensar en lo que nunca voy a poder tocar, el cielo.
Y es que arriba, en el cielo, está todo lo que amamos, lo que deseamos, lo que veneramos. Desde Dios, el rey de los cielos, hasta las estrellas de música y cine que nos permiten por una hora o dos olvidarnos de la cotidianeidad y monotonía, todo parece estar allá arriba.
Allá arriba está el sol, que es causa de nuestra existencia, y allá arriba está la luna, la musa que inspira a los poetas y la causante de las mareas.
Un día, cuando tenía como cinco años, le dije a mi madre que quería tocar las nubes y ella me contestó “te vas a decepcionar porque sólo es vapor”. Aquella revelación me llevó a una triste conclusión: nada es lo que aparenta, ni siquiera lo que está en el cielo.
Porque, ¿Qué queda fuera del sol, de la luna, de las estrellas?, sólo la fría y lejana oscuridad, extraña para los muchos que no la conocen, o más bien que la evaden, aun cuando saben perfectamente que la luz es luz sólo por la oscuridad, del mismo modo en que el arriba es por el abajo, porque yo creo que existe una dicotomía en cada cosa: no todo es bueno ni todo es malo, y todo lo que sube tiene que bajar, ya sea dulcemente como la pluma o cruelmente como los avionazos que vemos en las noticias.
Porque a pesar de todo, en el cielo, donde aparentemente todo es perenne, hasta las cálidas estrellas se tienen que caer, y hasta el sol dador de vida se tendrá que apagar.
Advertencia
El presente escrito es totalmente incoherente, contradictorio y disperso, no está corregido ni revisado previamente, porque me parece que es así como se deben leer las cosas, más espontáneas, más verdaderas.
---o---
Lunes por la tarde, nada tengo que hacer y nada me interesa en este momento; todos están ocupados en sus vidas: trabajando, estudiando, jugando en cada rincón de las calles y de aquello que llamamos hogares.
Yo, sentada en la azotea veo el cielo, y me doy cuenta de una cosa: sobre mi cabeza únicamente está la inmensidad, a lo lejos el horizonte se pinta de rojo mientras escucho al resto del mundo como un eco que se apaga. A unos metros alguien puso una canción, una canción grupera que pese a su ritmo no deja de transmitir cierta tristeza y decepción, lo mismo que siento al mirar hacia arriba y darme cuenta de sobre mí sólo hay un color azul que no puedo tocar, nada, eso hay sobre mí, nada y me exaspera el hecho de verme a mí misma aquí, abajo, con todas aquellas cosas pequeñas que puedo tocar. Pero ese hermoso color azul, alejándose de aquel horrible smog que hace notar la presencia humana, me recuerda cual es el lugar del hombre: el suelo y la pequeñez, muy a pesar de todas las cosas que ha creado y todo lo que ha dicho descubrir.
La música se ha callado, la canción grupera se ha terminado, pero puedo escuchar todavía a lo lejos el canto de algunos pájaros, las voces que van y vienen de gente que no veo, que no conozco pero que se ha quedado en mi memoria sólo por un instante como prueba de que existieron.
P.D. He descubierto algo, es muy difícil transcribir tus propias palabras.
---o---
Cuando me senté por primera vez en la azotea y vi hacia arriba, fue esa la primera vez que fui capaz de girar la cabeza a todos lados, y con el viento agitando mi cabello caí en la cuenta de que no había nada, sólo la simple y distante inmensidad. El cielo azul, que en el horizonte se hacía rojo y morado me dieron la inevitable sensación de estar sola, aunque a un lado mío, sólo una pared me separaba de cien personas.
No volví a pararme en la azotea, al menos no como ese día, ya que el día que volví estaba con alguien, y cuando estás con alguien el tiempo transcurre con nimiedades, con banalidades de qué vas a hacer, qué es lo que quieres o cómo te sientes.
Hoy me volví a sentar en la azotea yo sola, pero experimenté al principio cierta decepción al darme cuenta de que, a diferencia del cielo inmaculado de la primera vez, ahora había algunas nubes en el cielo, nubes dispersas que parecen corridas por el viento.
En este momento he concluido en una cosa: jamás ocurrirá otra vez, jamás podré volver a ver ese cielo maravilloso que vi por primera vez en una azotea cualquiera, tan sólo puedo disfrutar el cielo de hoy, con sus nubes naranjas y guardarlo en mi memoria antes de volver de nuevo a ellos, al mundo real, al reino humano, donde no se puede ver hacia arriba, porque una persona normal no ve hacia arriba ya que se corre el riesgo de caer.
---o---
Otra vez me he parado en la azotea, pero ahora es de noche y las sombras de mi propia mano me impiden ver lo que escribo mientras contemplo el cielo manchado de estrellas.
El día de hoy, como ayer y como todos los días en que voy a la azotea, me siento sola, sola me pongo a escribir mientras la luz de mi teléfono (mi falso contacto con la civilización) intenta ganar terreno a la sombra de mi mano.
Hoy los ruidos están más calmados, seguramente en este momento las sombras se han dispuesto para ocultar los secretos que se suceden en el atardecer, y mientras me veo a mí misma aquí escribiendo en la azotea me atormento yo sola con preguntas y recuerdos que me mortifican y me consuelan.
Una vez, cuando era pequeña, estaba con mi hermana, cuatro años menor que yo, parada junto a una torre de luz y ella comentó que no le gustaba mirar hacia arriba, se sentía mareada al ver las enormes torres, decía que le daba la impresión de que se le iban a caer encima, mientras, yo sólo cuidaba de no tropezar entre las ramas, de no caer.
Mirar hacia arriba no importaba realmente, no hasta un día en los columpios, cuando miré hacia arriba y me di cuenta de que no había nada, tan sólo el cielo azul sin mancha alguna.
Mucho tiempo después, tal vez hace unos instantes, me encontré pensando en estos dos episodios, y concluí en dos simples cosas.
La primera se refería al temor de mi hermana a mirar hacia arriba, pero más que nada al mismo temor que yo sentía a mirar hacia abajo. Y es que mirar hacia arriba y mirar hacia abajo no son solamente cuestiones de vértigo, al menos no para mí.
Nosotros sabemos donde termina abajo, termina en el suelo, en el mar accidentado de rocas, en el infierno tal vez, dicho de modo estúpido, termina en el final. En el lugar en el que ya no nos podemos mover, donde no se puede mirar hacia otro lugar porque ya no hay otro lugar.
La muerte tal vez , aunque no se trata de la muerte como la descomposición del cuerpo y la ausencia de signos vitales, no como nosotros creemos conocerla; se trata de una muerta mucho más dolorosa, más triste y más cruel, la que describió García Márquez en voz de su profeta Melquíades, el olvido.
Porque caer es no volver, es irse para siempre, terminar en el hoyo negro que absorbe galaxias enteras cuyos nombres jamás sabremos porque ya no son vistas en el telescopio.
Así es caer al vacío, ser olvidado, temor constante y casi intrínseco al hombre, pero esto me lleva al segundo punto que conseguí esta noche en la azotea.
El segundo punto se relaciona con el hecho de que jamás sentí el temor que siente mi hermana a mirar hacia arriba, tal vez por la fascinación que ejerce en mí el cielo, tal vez por ese sentimiento extraño que mi maestro de estética llamó sublime, que encaja con lo que mi hermana dijo hace tanto tiempo: “parece que se me va a caer encima”, “me marea”, ese sentimiento tan cercano al peligro como a la admiración; pero sobre todo, me hace pensar en lo que nunca voy a poder tocar, el cielo.
Y es que arriba, en el cielo, está todo lo que amamos, lo que deseamos, lo que veneramos. Desde Dios, el rey de los cielos, hasta las estrellas de música y cine que nos permiten por una hora o dos olvidarnos de la cotidianeidad y monotonía, todo parece estar allá arriba.
Allá arriba está el sol, que es causa de nuestra existencia, y allá arriba está la luna, la musa que inspira a los poetas y la causante de las mareas.
Un día, cuando tenía como cinco años, le dije a mi madre que quería tocar las nubes y ella me contestó “te vas a decepcionar porque sólo es vapor”. Aquella revelación me llevó a una triste conclusión: nada es lo que aparenta, ni siquiera lo que está en el cielo.
Porque, ¿Qué queda fuera del sol, de la luna, de las estrellas?, sólo la fría y lejana oscuridad, extraña para los muchos que no la conocen, o más bien que la evaden, aun cuando saben perfectamente que la luz es luz sólo por la oscuridad, del mismo modo en que el arriba es por el abajo, porque yo creo que existe una dicotomía en cada cosa: no todo es bueno ni todo es malo, y todo lo que sube tiene que bajar, ya sea dulcemente como la pluma o cruelmente como los avionazos que vemos en las noticias.
Porque a pesar de todo, en el cielo, donde aparentemente todo es perenne, hasta las cálidas estrellas se tienen que caer, y hasta el sol dador de vida se tendrá que apagar.
sólo un hueco
SóLO UN HUECO...
“Estaba rodeado de mi familia y amigos, nunca me había sentido tan solo” Transportting (La vida en el abismo).
Muchas veces, honestamente, me he preguntado que hago aquí, estando con esa gente; son mis hermanos y mis amigos, mis colegas y mis consanguíneos. Ellos hablan y ríen y lloran a mí alrededor, y yo me siento ajena a ellos. ¿Será que no conozco el sentido de pertenencia? o ¿será que es mejor no tener a nadie? Pero sigo aquí con ellos porque no quiero estar sola, y ahora me pregunto por qué.
Alguna vez en la preparatoria, fuimos cuestionados acerca de lo que más nos gustaba sobre nuestra familia; una compañera, antigua militante de la oscuridad (darketismo para el que no conoce) respondió fríamente que la familia sólo servía para “tapar” la soledad. Grande fue mi sorpresa, cuando unos días después ella salió corriendo detrás de su novio, obviamente hubo una ruptura, ahora ella estaba sola y lloraba por él.
¿Qué no es eso hipocresía? Tal vez, o tal sólo sea sentir como el ser viviente que somos.
Muy a mi pesar, somos humanos y somos frágiles, y como todo objeto frágil se necesita un sustento, algo que soporte todo esto que llamamos vida: la familia, la amistad, el noviazgo.
No cuestionó la opinión de la chava, decir que la familia es un modo de tapar la soledad, la ausencia de compañía, es totalmente valido; pero ¿acaso no es así toda la vida? ¿no la pasamos siempre tratando de obtener lo que no tenemos, tratando de llenar huecos?
Siempre lo hacemos, por instinto y por razón, siempre buscando lo que no tenemos, de modo en que la avaricia y la ambición podrían resultar también un modo de combatir la soledad, “no tengo amigos, pero tengo dinero, y tengo un gran televisor, un DVD y un gran estereo”
Lo mismo podemos decir del conocimiento, “no estamos solos, existen seres en otros mundos” pero nada cambia si existen o no existen: igual ellos están solos allá y nosotros seguimos solos aquí.
Pero ¿Por qué? ¿Qué ganamos si no estamos solos? Prestigio, fama, dinero, poder. Tal vez yo podría ser mejor si tuviera cincuenta amigos o si tuviera un estupendo novio o si fuera parte de una familia real. A veces lo pienso, pero no lo creo.
Además pensemos en el castigo de la soledad: si eres malo te quedarás solo, sin duda una lección de las telenovelas, ahora pensemos, estar acompañado no implica ser estimado.
Pero hagamos más preguntas: ¿Qué se gana a largo plazo evitando la soledad? Igual vamos a morir y cuando morimos terminamos metidos en una oscura tumba o en una pequeña urna, solos, sin nadie alrededor.
Helo aquí, la clave del misterio, la muerte y la soledad se unen en una sola idea, he aquí el porqué del temor, soledad es igual a muerte y muerte es igual a fin. La soledad es el fin, o al menos eso creemos.
Ahora detengámonos un momento, parémonos en un pie, o de cabeza y veamos a la soledad desde un punto de vista completamente diferente, no como el fin, no como el castigo que merecen las malas acciones. Veamos a la soledad como complemento de nuestras vidas, como un ingrediente más a la fórmula, dejemos de hablar con los demás para hablar un poco con nosotros mismos, reconozcamos que no necesitamos tapar todo hueco, siempre hay algo que necesita salir y busquemos la luz donde parece que sólo hay oscuridad.
advertencias
ADVERTENCIAS
Para Raziel e Iván en sus respectivos cumpleaños
Supongo que nuestros caminos no se cruzaron, sólo corrieron paralelos.
Aun así, fue un placer, y un dolor, recorrer el camino con ustedes.
Es curioso saber como el tiempo camina desgastando todo a su paso, cinco años de oscuridad entre nieblas de extrañas y diferentes personas. Alguien se casa, alguien muere, alguien más sale a recorrer el extraño mundo que nos ha tocado vivir. Prepárate, toma estos consejos que serán tu guía, tu escudo y tu defensa, que te servirán para confundirte entre la muchedumbre que transita inmutable sobre el mundo real. El mundo real, el hogar de los más terribles tormentos, habitado por monstruos, por buitres y brujas que bajo un rostro humanamente bueno buscan devorar a los incautos como tú.
Lástima, necesitas un uniforme, la ropa negra quema demasiado bajo el sol abrumador de la vida estival. Ten cuidado, el gato negro se negó a dejar su oscuro pelaje y la Inquisición lo mandó a la hoguera por ello, harán lo mismo contigo, no lo dudes.
Despinta tus negras uñas y quítate las garras, deja al descubierto tus frágiles y diminutos dedos o serás destazado por esos enormes monstruos que gobiernan el paisaje urbano desde sus enormes rascacielos como buitres de las montañas.
Colorea tu rostro, labios rosas, mejillas rojas; la sombra de moda es de color dorado, úsala y cubre tu cenizo y pobre rostro. Precaución, a ellos no les gusta la piel al natural, cúbrete con polvos y pinturas, que no vean tus errores, que no vean tus arrugas, que no se den cuenta de que eres un humano que se quema y se desgasta con el correr de las horas.
No contemples el cielo estrellado, deja de fijar tu mirada en el cielo nublado; no te detengas en las apacibles praderas porque estorbas, quítate de ahí o camina, no te puedes detener en un mundo donde lo que importa es hacia donde te mueves. Camina deprisa o te aplastará esa enorme masa humana, no eleves tus manos al cielo, no en este mundo donde lo que importa es lo que tus manos contienen. No busques el agua pura de los manantiales, ya no existe, limítate a aferrarte a lo que encuentres, nada importa cuando se trata de sobrevivir en el mundo real.
Sepúltate debajo de tu cama, tú no, sólo a ese ser oscuro, esa bestia que escucha las viejas melodías de las noches que marcaron esos años de oscuridad. Saca a esa bestia sólo de noche, como el arenero de los sueños, aliméntala con poesía y melodías de voces guturales y agudos lamentos. Llora por los tiempos que se fueron, sonríe dulcemente por los tiempos de oscuridad, a solas en las penumbras de una habitación desierta. No dejes que esos monstruos, buitres y brujas rasguen esos huesos que te sostienen, no dejes que se traguen tu corazón entero, no permitas que devoren tu cerebro plagado de ideas y recuerdos de otros tiempos, conserva la memoria de todo aquello que tenías antes de entrar al mundo real.
Thursday, March 30, 2006
en su vientre
EN SU VIENTRE
Si yo lo hubiera sabido, créanme en verdad que no lo hubiera permitido. Me hubiera aferrado fuertemente a la placenta, hubiera utilizado mi mandíbula sin dientes y hubiera hecho uso de todos y cada uno de mis diminutos dedos. ¿Será por eso que enredé mi cuello en el cordón umbilical?, ¿habrá sido un presagio de la realidad que asfixia en el mundo humano?, ¿o un indiscutible deseo de quedarme ahí?
¿Por qué nacemos? ¿Por qué no quedarnos en el cálido vientre materno? Ahí, totalmente sola entre oscuridad y fluidos que alimentaban mi organismo y suavizaban los apacibles sonidos que llegaban a mí, esas voces, mi padre, quejándose de la cuenta del ginecólogo, mi madre, pidiendo fervientemente para que sea varón, mi hermana que se negándose rotundamente a aceptar que alguien más llegará a los brazos de quien la cargó a ella.
Y salí, abrí los ojos al mundo donde aprendí que lo que se toca es lo único en lo que se puede contar, aprendí a confiar sólo en aquello que se presentaba a la luz de mis ojos, ignorando por completo lo que veía en la oscuridad, no mi sombra, sino mi yo verdadero. Mucho tiempo ha pasado, el mundo es todo lo contrario al vientre de mi madre, es un enorme océano cuyas heladas aguas medio secas dejan escuchar las voces y gritos infernales que vienen de lo profundo de las almas de los ya nacidos. No es el lugar cálido donde dormitaba sin preocupación alguna, es un lugar frío donde el hielo de la moral y la nieve de la edad queman la piel desde dentro. No es el plácido sitio donde los ojos descansaban en la dulce oscuridad uterina, es el lugar donde una falsa luz lastima, donde a veces se interpone la niebla de las religiones o por el polvo de la indeferencia que no se quita por más que te muevas y cambies y te retuerzas entre lastimeros abrojos.
¿Era ese el limbo?, tal vez sólo era la vida antes de la vida, el dulce cortejo que precede a la feroz posesión, a la vida plena: ir a la escuela, trabajar, casarse, ser hijo, ser padre, educar, servir, no llorar, ser feliz, tener amigos, poseer dinero, tener prestigio, fama y honor.
Esa es la vida plena, pero sé que volveré, volveré algún día a ese estado primigenio, donde las voces infernales de los que se quejan y odian y discriminan se quedan afuera, donde nada me alcance, donde suaves y cálidos fluidos me alimenten internamente mientras mi carne desaparece bajo los gusanos que pululan en el vientre de mi madre oscuridad.
Monday, March 27, 2006
re: corto
RE: CORTO
El cortometraje es, y siempre será, el modo de condensar en segundos toda una existencia, una filosofía o tal vez sólo un instante.
Instante uno: a modo de documental científico, haciendo parodia de lo que creemos saber, se nos presenta a las estrellas como firmes representaciones de nosotros mismos, lo bueno y lo malo, lo que nace y lo que muere. Una gallina mutilada, sus alas cortadas, las plumas en el suelo como basura nada más, destruye lo que no quieras que se te pierda, filosofía terriblemente humana. Las estrellas no son otra cosa que una analogía de lo que somos, una miseria, un trozo de piedra lleno de gases que algún día tendrá que apagarse, igual que nosotros somos materia orgánica que tendrá que pudrirse.
Instante dos: la vida, la existencia es un ciclo, insectos son el principio, insectos que son al final. Alas y revoloteo, libertad y evolución. Hojas y ramas, naturaleza y sensaciones. Todo se funde en una sola cosa: vida. Lo pequeño crece, lo lejano se acerca, lo pálido se vuelve verde y lo verde se colorea café. Helo ahí, evolución natural.
Instante tres: manchas, manchas y más manchas, colores y blancos, colores y negros. Manchas de colores sin sentido, pero que en conjunto conforman algo, al igual que pequeños y aislados momentos arman una vida, así todo toma sentido. Entre esas manchas está la iglesia, el origen divino, la necesidad de creer que necesitamos para seguir existiendo. Las manchas nos relatan una vida, los textos nos dan las pistas. Nacer, encontrarte, dar vida, encontrarte otra vez, colapsar, ¿la muerte? Reflexionar para nacer, reflexionar para morir, en ambos casos hay que ir de la oscuridad a la luz.
Instante cuatro: más manchas, otro ritmo: lento a rápido, rápido a lento. Destellos que se funden en uno sólo, destellos y manchas que se separan. Un ritmo diferente al anterior (tal vez los martillazos afectaron mi percepción). Sexo, tal vez, una mancha sobre otra, una mancha debajo de otra: diferentes posiciones pudieran ser.
Instante cinco: más difuso para mí, ahora no hay colores, más bien oscuridad y toques de luz. Pueden ser ciudades desde las alturas nocturnas o agua corriente. Más destellos. Puede que se trate de ver en el suelo lo que ya habíamos visto en el cielo (las estrellas). A donde quiera que vayas hay luz, en especial sobre la oscuridad.
El cortometraje es, y siempre será, el modo de condensar en segundos toda una existencia, una filosofía o tal vez sólo un instante.
Instante uno: a modo de documental científico, haciendo parodia de lo que creemos saber, se nos presenta a las estrellas como firmes representaciones de nosotros mismos, lo bueno y lo malo, lo que nace y lo que muere. Una gallina mutilada, sus alas cortadas, las plumas en el suelo como basura nada más, destruye lo que no quieras que se te pierda, filosofía terriblemente humana. Las estrellas no son otra cosa que una analogía de lo que somos, una miseria, un trozo de piedra lleno de gases que algún día tendrá que apagarse, igual que nosotros somos materia orgánica que tendrá que pudrirse.
Instante dos: la vida, la existencia es un ciclo, insectos son el principio, insectos que son al final. Alas y revoloteo, libertad y evolución. Hojas y ramas, naturaleza y sensaciones. Todo se funde en una sola cosa: vida. Lo pequeño crece, lo lejano se acerca, lo pálido se vuelve verde y lo verde se colorea café. Helo ahí, evolución natural.
Instante tres: manchas, manchas y más manchas, colores y blancos, colores y negros. Manchas de colores sin sentido, pero que en conjunto conforman algo, al igual que pequeños y aislados momentos arman una vida, así todo toma sentido. Entre esas manchas está la iglesia, el origen divino, la necesidad de creer que necesitamos para seguir existiendo. Las manchas nos relatan una vida, los textos nos dan las pistas. Nacer, encontrarte, dar vida, encontrarte otra vez, colapsar, ¿la muerte? Reflexionar para nacer, reflexionar para morir, en ambos casos hay que ir de la oscuridad a la luz.
Instante cuatro: más manchas, otro ritmo: lento a rápido, rápido a lento. Destellos que se funden en uno sólo, destellos y manchas que se separan. Un ritmo diferente al anterior (tal vez los martillazos afectaron mi percepción). Sexo, tal vez, una mancha sobre otra, una mancha debajo de otra: diferentes posiciones pudieran ser.
Instante cinco: más difuso para mí, ahora no hay colores, más bien oscuridad y toques de luz. Pueden ser ciudades desde las alturas nocturnas o agua corriente. Más destellos. Puede que se trate de ver en el suelo lo que ya habíamos visto en el cielo (las estrellas). A donde quiera que vayas hay luz, en especial sobre la oscuridad.
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